La actual imagen de la Salud fue realizada por Luís Álvarez Duarte en 1.988 en cedro de primerísima calidad. Es una imagen de dolorosa de candelero de 1’65 m. de altura.
Vino a sustituir a otra del imaginero Antonio Dubé de Luque de 1.981.
El modelo iconográfico aparece ya definido desde el siglo XVI. Es una imagen de candelero para ser vestida, presentando, anatomizadas y encarnadas manos, cabeza y región escapular.
Sus pequeños distingos se polarizan en la carnación, posición de la testa, dirección de la mirada, y en la postura de las manos, que en el particular, participan de una gran elegancia.
Su realismo humano e individualizado se manifiesta a través de elementos ajenos a la talla pero que la configuran en su totalidad: pestañas de cabello natural, ojos y lágrimas de cristal que hacen referencia numeral a los Misterios Dolorosos del Santo Rosario. Su rostro sensual de afligidas facciones, presenta apertura palpebral muy curvada, tersas mejillas, recta nariz y labios carnosos que se entreabren para confirmar la serenidad de su carácter.
El idealizado semblante, es un trasunto de la perenne virginidad de María, joven de inmaculado rostro, de correctas facciones y de ojos misericordiosos. «Todo en ella es ponderación, serenidad y mesura» (Antonio Manes).
La sofisticada indumentaria, teatral y cortesana, «sublima corporeidad femenina» (Mercedes Navarro), y apela en su configuración a fuentes bíblicas y patrísticas como el texto litúrgico del introito de la Inmaculada:
«Desbordado de gozo en el Señor y me alegro con mi Dios; porque me ha vestido con traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo…» (Is. 61, 10-1
La Virgen de la Salud tiene una tremenda fuerza que la hace aparecer con distintas expresiones según el ángulo desde la que es contemplada. A veces muestra su tremenda pena, que se hace serena, compasiva y dulcemente maternal en otras visiones de su cara.
Se mantienen las características escultóricas de Álvarez Duarte que se comentan mas abajo, pero nos muestra a una mujer joven y bella con cejas rectas y finas, ojos grandes y profundos que te invitan a rezar en ellos y una boca entreabierta como balbuceante ante tanto dolor y pidiendo también para nosotros el perdón que su Hijo esta pidiendo desde la cruz.
Eduardo Nieto Cruz. Revista Via Crucis. 1.989